Biografía

El padre de Elisabeth, Claude Jacquet, muerto en 1702, era fabricante de clavecines, uno de sus hermanos fue organista de Saint-Louis-en-l’Île, y su madre, Anne de la Touche, estaba emparentada con la familia Daquin. Elisabeth llega a la corte cuando ésta se encuentra en plena efervescencia debido a la construcción del palacio de Versalles —Luis XIV, a sus cuarenta años, se halla en la cumbre de su gloria—. La gran mudanza se produce en 1682. La niña es educada en la corte, probablemente por Madame de Montespan y, luego, por Madame de Maintenon, al sustituir ésta a la anterior. En 1684 Elisabeth Jacquet se casa con Marin de La Guerre, hijo del compositor y organista Pierre de La Guerre, fallecido cinco años antes, y autor, en 1655, de la primera obra de teatro francés enteramente cantada. Marin, nacido en 1658, es también organista, pero en la iglesia jesuita de la calle Saint-Antoine y, luego, en la de Saint-Séverin, antes de volver a ocupar el prestigioso puesto de la Sainte-Chapelle dejado por su hermano Jerôme en 1698. Se unen así dos linajes de músicos, aunque no sepamos gran cosa de su descendencia: Titon du Tillet habla de un hijo, muy dotado para la música pero muerto a los diez años.
Elisabeth de La Guerre se establece entonces en París y no sigue a la corte a Versalles, probablemente para estar más cerca de su esposo, pero también para mantenerse a distancia de las intrigas de las personas cercanas al Rey y de la carga de la etiqueta. Lo cual no le impide tener siempre allí la puerta abierta: en 1685 hace representar en las habitaciones del Delfín su primera pastoral. En 1687 publica su primer libro de piezas para clavecín, dedicado al Rey y perdido en los meandros de la historia. En 1691 Elisabeth de La Guerre recibe el encargo de componer Les Jeux à l’honneur de la Victoire de Mons, obtenida por el Rey. Por desgracia, también esta música se ha perdido. En la dedicatoria, Elisabeth dirige al Rey estas palabras: “Presentada desde mi más tierna edad (recuerdo eternamente precioso para mí) en vuestra ilustre corte, donde tuve el honor de residir durante muchos años, he aprendido, Señor, a consagraros todos mis desvelos. Desde aquel entonces os dignasteis aceptar las primicias de mi genio y os resultó grato recibir, incluso algunas de sus producciones. Pero estas especiales señales de mi celo no me eran suficientes y aspiraba a la feliz oportunidad de poder daros pruebas públicas. Eso es lo que me ha llevado a componer este ballet para teatro. No es cosa de hoy que las mujeres hayan ofrecido en él excelentes composiciones poéticas de gran éxito. Pero ninguna, hasta el momento, intentó musicar toda una ópera; la ventaja que obtengo de mi empeño es que su carácter extraordinario la hace tanto más digna de vos, Señor ”. Elisabeth parece bastante consciente de su talento y de la originalidad de ser compositora en aquella época.

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