Biografía

Nacida María Gracia Morales Carvajal, un 11 de noviembre de 1935 en su entrañable Madrid, Gracita Morales, hija de un empresario teatral, abandonó los estudios a los quince años para aprender danza clásica y española y a mediados de los años 50 debuta como actriz de teatro y trabaja en diversas compañías como las de Josita Hernán, Antonio Vico, Catalina Bárcena, Ernesto Vilches y Tina Gascó.

Su debú en el cine se produce en 1954 con la película Elena, dirigida por Jesús Pascual, en la que interpreta un papel dramático. Pero no es hasta 1960 cuando su estrella cinematográfica empieza a brillar con fuerza, al protagonizar, a las órdenes de José María Forqué -un director con el que trabajó en numerosas ocasiones-, Maribel y la extraña familia, después de haber obtenido un gran éxito representando la obra de Mihura en el teatro.

ACTRIZ IMPRESCINDIBLE.- A partir de ese momento y durante toda la década de los sesenta, Gracita Morales se convierte en una actriz imprescindible en las comedias de la época, especialmente al formar pareja con José Luis López Vázquez, con quien a finales de los 60 trabaja en muchas películas. Tras el éxito de Maribel y la extraña familia, Gracita vuelve a trabajar con Forqué en 091, Policía al habla, para intervenir también en Mi calle, de Edgar Neville, y Navidades en junio, de Tulio Demicheli.

En 1961, ya plenamente lanzada en el mundo del cine y decidida a explotar su facilidad para lo cómico, a pesar de que ella quería hacer drama, trabaja en ocho películas, entre las que destacan Prohibido enamorarse, de José Antonio Nieves Conde, Los pedigüeños, de Tony Leblanc, Abuelita charlestón, de Javier Setó, ¿Chico o chica?, de Antonio del Amo, y Tú y yo somos tres, de Rafael Gil.

En 1962 alcanza las catorce películas y trabaja a las órdenes de directores como Antonio Isasi, José Luis Saénz de Heredia, José María Forqué (con el que hizo uno de sus títulos más destacados: Atraco a las tres), Pedro Lazaga, Luis Lucía y León Klimowsky, a la vez que empieza su fructífera colaboración con Mariano Ozores en Chica para todo, donde hace el papel protagonista de una palurda que llega a Madrid dispuesta a convertirse en una señorita como su amiga Adela, que no es lo que parece.

ENCASILLAMIENTO.- En esos años, Gracita Morales, pese a sus indiscutibles cualidades interpretativas en el campo de la comedia, fue, poco a poco, encasillada en el prototipo de la «chacha» pueblerina o de la esposa indeseada. Entre 1963 y 1964 tan sólo rueda cuatro películas, dos de ellas con Forqué (Casi un caballero y Vacaciones para Ivette), para volver en 1965 a ser muy solicitada por la industria.

Es el año de películas como Historias de la televisión, de Sáenz de Heredia, La ciudad no es para mí, de Pedro Lazaga, junto a Paco Martínez Soria y Alfredo Landa, Hoy como ayer, de Mariano Ozores, y La visita que no tocó el timbre, de Mario Camus, hasta un total de nueve títulos.

Durante la segunda mitad de la década de los sesenta, Gracita Morales no para de hacer películas y hasta 1970 trabaja en veintiocho, a las órdenes de los más populares directores del momento. Entre todos los títulos destaca Sor Citröen, en 1967, de Pedro Lazaga, donde la actriz interpreta a una monja siempre dispuesta a hacer el bien y que no para en su Citröen buscando necesitados.

Con el inicio de los setenta, movimientos como el «landismo» o el protagonizado por López Vázquez empiezan a decaer y la carrera de Gracita Morales, desgraciadamente demasiado encasillada, inicia un progresivo deterioro. Ya no es la actriz popular de los años 60 y su trabajo en el cine se resiente. Entre 1971 y 1978 tan sólo trabaja en nueve películas, especialmente a las órdenes de Mariano Ozores y José María Forqué, y a partir de los ochenta sus apariciones son breves y contadas, casi siempre en filmes de menor identidad. Cabe destacar su aparición en El pico 2, de Eloy de la Iglesia, y su último trabajo en el cine, concretamente en 1988, se produce en la película de José Truchado Canción triste de….

Pero si en el cine la presencia de Gracita Morales decayó, hay que destacar que el teatro salió ganando. Poseedora de un talento natural, de una sensibilidad que le permitía hacer cualquier tipo de personaje sin caer en el ridículo o la astracanada, Gracita Morales era una actriz de una personalidad inimitable, que supo crear un estilo y que conectó siempre con el público por la humanidad que sabía dar a sus personajes. Menuda, rubita, sencilla y con una voz característica, Gracita Morales deja una innumerable cantidad de personajes que no podrían haber sido sin su fuerte personalidad.

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